20 de agosto de 2009

Delirio




Últimamente me doy el lujo de no saber en qué día estoy. Las semanas siguen corriendo como si se tratara de acelerar la llegada del fin de año. Mi encierro raya en indicios de agorafobia, pero la claustrofobia sigue presente. Tomo respiros, salgo a fumar y miro el cielo, porque las casas vecinas no dejan ver más allá. Vivo de noche, duermo de día. Siento que tengo años encerrada, pero luego salgo y reconozco las calles, el calor, el ruido. Extraño mis quejas cuando, tratando de llegar a la escuela, pasaba largo tiempo en camiones. No extraño a la gente, bueno a veces pero la mayor parte del tiempo me contento con estar conmigo. Comenzaba a ser intolerante con cualquiera, la convivencia no es lo mío; no ahora, no sé cuando.

Sinceramente creo que en cualquier momento alguien se detendrá a verme y se dará cuenta que yo también perdí la razón. Alguien de fuera, obviamente; alguien ajeno, lo suficientemente cuerdo para distinguir la locura que habita estas cuatro paredes. Entre locos no somos capaces de reconocernos. Vivimos en el desequilibrio perfecto, en el silencio ensordecedor de quienes tienen la memoria anclada en el pasado y acallan las deseos de gritar con interminables horas de mutismo.

Las tardes pasan sobre nosotros, insensibles a nuestros deseos de permanecer atados al momento. ¿Por cuánto más? no lo sé, pero comienzo a llegar al límite.

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