29 de julio de 2010

Ella


Sakura duerme al pie de mi cama. Me sigue fielmente a pesar de mi mal humor. Cualquiera diría que es así con todos los perros, pero yo veo sus ojos y sé que su amor es único. La mayor parte del día lo pasa dormida, pero cuando despierta se queda quieta en su lugar preferido de la casa y se dedica a observarme. A veces pienso que está a punto de hablar, aunque sea sólo para decirme que me calle cuando improviso largas conversaciones con ella.

Últimamente se niega a comer a menos que le insista y le ofrezca las croquetas en mi mano.  Cuando pongo algunas en el suelo, (por que ella así lo prefiere) las contempla como si quisiera hipnotizarlas o hacerlas levitar. Luego me observa como si no entendiera qué diablos quiero que haga. Creo que en realidad está siendo solidaria conmigo, ella también debe preguntarse qué chingados me pasa. Lo único que atino a hacer es sentarme con ella a tratar de que coma y  rascarle la cabeza como consuelo a mi pinche rareza.


Hace una hora que duerme junto a mi cama. Envidio su sueño.  La amo. Cuando observo el techo en las madrugadas de insomnio (todas) no resisto las ganas de rascarle la panza y platicarle que no puedo dormir. Ella abre los ojos y gira hasta quedar sobre su lomo, con las patas hacia arriba. Es la única que no se molesta por despertarla a medio sueño.

Luego, cuando al fin mi cuerpo se rinde y estoy adormilada, ella está despertando ya. Se echa de manera que pueda verme y sigue su labor: me observa, me estudia. Lo último que veo antes de dormir son sus ojos atentos brillando en la oscuridad, cuidando de su loca.

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