Mi frase favorita los últimos días, aplicable a todo y muy recurrida. La manera más rápida de decir: ya ni modo, sin decirlo. Las consecuencias de todo, lo que sigue en el guión que ya conozco. No deja de joder, pero es mejor hacer como si nada pasara y cederle el paso a la oleada para no permitir que te tumbe.
Cuando era niña me llevaron a conocer la playa, mi papá entró muy confiado y no se detuvo hasta que el agua le llegaba por encima de la cintura. Luego se sumergía para mojarse el cabello y salía como si fuera la cosa más sencilla. Las olas pasaban casi por encima de su cabeza pero él saltaba esquivando la fuerza del agua. Yo permanecía cerca de la orilla viéndolo, me dijo que entrara que no tuviera miedo y se acercó para llevarme de la mano. Una vez que el agua me llegaba al pecho me detuve, me dijo que cuando la ola se acercara debía saltar. Logré hacerlo un par de veces, me sentí segura y empecé a disfrutarlo.
Luego la ola más grande del universo [del mío, claro] se formó frente a mi y papá gritó: Salta! pero el salto no fue suficiente y la ola me cubrió. Supongo que cerré los ojos, pero olvidé cerrar la boca y aguantar la respiración. Oídos, naríz y boca llenos de agua, la ola me arrastraba sin poder evitarlo. No sé qué más. Sólo sentí que en algún momento me jalaron del brazo y salí a la superficie tosiendo, con la garganta y la naríz llena de agua. Mi papá sonriendo y su frase para solucionarlo todo: no pasa nada. Quise salir y me llevó a la orilla, minimizó el asunto diciendo que volviéramos, que así nunca iba a aprender a nadar. Mi mamá le lanzó aquélla mirada que vería repetirse muchísimas veces después y me senté en la arena. Él regresó al mar.
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Mi memoria selectiva guarda celosamente ésta anécdota, la primera en el mar. Cuando hablé allá arriba sobre una oleada la recordé y lo de esquivar las olas tuvo sentido. Ahora, en lugar de tratar de evitar la ola, simplemente me quito y la dejo pasar libremente. Resignada.