Quiero un domingo de esos en los que tengo 8 años y dormí en casa de mi abuela. Abrir los ojos antes que todos y tratar de no hacer ruido para no despertarlos. Esperar ansiosa hasta que sus pasos lentos arrastrando los pies anuncien el rostro sonriente en la puerta: Cahueta, ¿quieres café? y saltar de la cama diciendo que sí.
Lavarme los dientes y llegar a la mesa dónde me espera sentado junto a J mientras termina de prepararnos café. Darle un abrazo y el beso en la frente. (esa frente salada que no pude besar por última vez)
Mi abuela aún dormida, las tías también. Nosotros tres, cómplices de domingo en pijamas, con barbacoa y café. Ganarle a J las caricaturas en el periódico y observar a mi abuelo acomodarse los lentes mientras hojea una sección.
Escuchar que me llama: Pily y correr a su cuarto para enseñarme alguna imagen en la tv de animales o algo que él pensara me podría interesar.
Escuchar que me llama: Pily y correr a su cuarto para enseñarme alguna imagen en la tv de animales o algo que él pensara me podría interesar.
Ver que se peina y se perfuma para salir y preguntarle ¿a dónde vas? para obtener la misma respuesta que me hacía pensar en que seguía siendo un conquistador: A ver a Pancha, mi novia. Advertirle que le contaría a mi abuela y él, sonriente decir que ya lo sabía.
Pasar la tarde con J jugando a las muñecas, a que somos cantantes, a disfrazarnos y usar los zapatos rojos de su mamá.
Recibir al resto de los primos que llenaban la casa, las peleas por juguetes, los tíos y las risas. La mesa servida, las voces de todos saliéndose por las ventanas. Olor a domingo de tortillas de harina, especialidad de mi abuela. Comida y familia. La casa respira: Plenitud.
Luego la noche y la hora de irse. Tener la certeza de que vas a regresar.