23 de julio de 2009

La Esperanza


Admito que me gusta la confrontación, siempre y cuando ésta se de en igualdad de circunstancias. Mi última pelea fue así, sucedió hace meses pero la recuerdo perfectamente.

El domingo pasado volví a ver a la persona con quien discutí, debilitada, muy enferma y completamente distinta. Creo que su principal característica era ese carácter fuerte, incapáz de demostraciones de afecto que debilitaran la imagen que ella misma se encargó de construir. Valiente, con gran sentido del humor, alburera, mal hablada, independiente. Enamorada de su profesión llegaba del hospital y se sentaba a comer con nosotros mientras contaba cómo había llegado un hombre a urgencias con la pierna ulcerada, llena de pus y casi en descomposición. Aclaraba mis dudas morbosas sobre enfermedades, accidentados, procedimientos, etc.


El domingo vi su antítesis: está enferma, su mirada apagada. Ansiosa de afecto, cercanía, contacto. Un dolor intensísimo, sin morfina. La armadura se desplomó y dejó al descubierto la fragilidad humana.

Me sentí culpable, había evitado ir a visitarla porque la muerte de mi abuela está tibia en mi mente. Ahora, en su misma casa, la misma cama y una apariencia muy similar, está ella: su hija.

1 comentario:

EmiliTus dijo...

Dejatú, como el dejavú pero en segunda persona.